Monday, October 31, 2005

Esa Mujer

Recuerdo la primera vez que la vi. No se dio cuenta que la estaba mirando, la estaba estudiando...
Quería ver la mujer dentro de aquel cuerpo. Sus ojos mostraban tantas tristezas, tanto dolor, tantas batallas. Y sin embargo, tanto brillo. Y allí, detrás de eso estaba ella, inocente de mi afán de descubrirla.
Me senté a estudiarla con detenimiento, a recorrer con mis ojos cada espacio de su vida, buscando la manera de hacerla despertar, de llegar a ella, la vi muchas veces. Estudie quien era ella. Así, me quede observando como ella misma descubría quien era.
Para ella, un proceso largo, duro a ratos, muy divertido a otros, sin apuro, certero. Un proceso muy de ella.
Yo me preguntaba como era, quien era, de qué era capaz. Ella lo fue descubriendo, y yo fui testigo de eso. Descubrió lo que había sido capaz de hacer, descubrió su fuerza, su temple, su sonrisa... Se reencontró con la música, con la poesía, se reencontró con la cocina.
Se dio cuenta que sus manos son capaces de calmar fieras enfurecidas, de sanar heridas sangrientas, de darle calor a otras manos cuando tienen frio, de acariciar con la suavidad del amor, de trasmitir con sus caricias tranquilidad, paz, calma. Entendió que era ella apoyo para algunos corazones cuando necesitaban descanso. Que su seno maternal alimentaba a mas de uno... Se veía mientras era cada vez mas ella, mas mujer, mas madre, mas hija, mas amiga, cada vez mas humana.
Comprendió que sus defectos no la mutilaban, que son parte de la fuerza que la empuja a ser mejor cada día. Aprendió de todas aquellas mujeres que la rodeaban, hoy, sigue aprendiendo de ellas. Se fue dando cuenta poco a poco, que tiene el poder de ser participe de su destino, y no ser solo espectadora. Y fue dejando salir toda su belleza, fue despojándose de algunos de sus dolores, y hoy sigue despojándose del resto; Entendió que despojarse de ellos significa dejar ir el dolor, pero no olvidar lo que aprendió de cada uno.
Se dio cuenta que para perdonar, solo tenia que querer hacerlo. Se dio la oportunidad de quererse, se dio la oportunidad de dejarse querer. Aprendió que cada querer le enseña, la nutre, que cada querer deja calor en su corazón.
Descubrió el poder de su sonrisa, de su mirada. Se dio cuenta que sus ojos pueden gritar en silencio cualquier sentimiento, que sus miradas nutren corazones, y producen temores. Que su sonrisa puede desarmar casi cualquier cosa. Se vio nuevamente sonriendo.
Tomo conciencia de sus palabras, del daño que podía hacer con ellas. Lo lejos que podía llegar usándolas para bien. Aprendió que solo en la mano de Dios podría tener paz en el corazón. Que no estaba sola, que Dios estaba siempre con ella.
Despertó de ese letargo en el que vivió tanto tiempo, oyendo los gritos desesperados de sus tristezas cansadas de estar en ella, de sus tristezas que necesitaban dejarla. Así, las fue dejando salir, una a una.
Vio como le cambio el color a su corazón, como la esperanza la invade día a día, como la vida le sonríe, se vio sonriéndole a la vida. Se vio como esa mujer que es ella, humana, fuerte, de corazón noble, llena de defectos, tomando conciencia de ellos para ser mejor cada día. Esa mujer alegre, llena de música, de vida, de amor, de temores que enfrenta con entereza. De palabras dulces, pero también fuertes, duras, de caricias dulces para sus corazones consentidos, esa mujer parte de una familia bellísima, consentida de la vida, consentida de Dios. Esa mujer apasionada, entregada, a ratos diosa del Olimpo, un poco soñadora, un poco escritora. Esa mujer que preparara con mucho cariño aquello que sirve en su mesa, cuidadosa de a quien dejar sentarse en ella. Celosa de sus afectos.
Esa mujer que quiere levantarse cada día con una sonrisa, pero que se da permiso de caerse, bajo la premisa que siempre se levantará. Esa mujer a quien la vida le regalo el ángel más especial de todos. Esa mujer que es ella.
Esa mujer que soy yo.